En la Edad Media los delitos de incendio eran castigados con pena capital. Los mete fuegos eran condenados a muerte. Escribo estas letras a vuela pluma. " Calamo volante" porque mi mujer me apremia para bajar a la playa. Conocida es su condición de admiradora y adoradora católica del sol. De aquí que, con prisas, las letras puedan no salir muy bien. Las prisas no son buenas consejeras.
En el deseo de Terry Jones de quemar coranes veo no sólo fundamentalismo cristiano, sino egolatría prístina del pastor protestante. Anhelo enfermizo de fama. Fanatismo y culto al ego. No hay que ser psicólogo profesional para apreciar en sus rasgos faciales lo antedicho. Denotan su carácter iracundo. Su mirada, fanatismo. Podrá alegar que, en los medios de comunicación, aparecen imágenes de quemas de banderas de paises del mundo occidental y de iconos cristianos por musulmanes exaltados sin que pase nada; sin que nadie se rasgue las vestiduras y con total impunidad. Respóndole que es cierto, pero que los autores son anónimos. Hacen sus hogueras sin deseo de notoriedad, tan sólo con cortedad de miras y de entendimiento aunque tengan voluntariedad manifiesta. Lo suyo es peor. Asaz peor en cuanto que la provocadora actitud entraña gravísimo peligro para los habitantes del mundo occidental, inocentes, tanto musulmanes como cristianos, budistas, judíos, gnósticos y agnósticos. Para todo hombre y bicho viviente. Terry Jones es, por su egoísmo valetudinario, más peligroso que la bomba H, I o Jota.
Es individuo maléfico. Íncubo disfrazado. Las probables consecuencias que su intento, de llevarse a cabo, tendría serían imaginables en cuanto a muertes y daños, terroríficas. Responder a la violencia islámica con violencia por parte del mundo occidental es error de calibre como la intervención en Iraq, Afganistán y otros lugares demuestra cotidianamente.
Obama, El Papa y los grandes poderes están obligados a disuadir al tal Jones de su incendiaria idea, de una manera u otra. Disuadirlo es necesario. Creo que, una vez que se haya convertido en persona famosa, aunque la causa de la fama sea la buscada, cejará en su intento. En este caso el pirómano en potencia es conocido y las penas correspondientes les deben ser aplicadas por la extraña justicia norteamericana.
Casos distintos son los de los que le meten fuego al bosque. Éstos, escondidos tras el anonimato, son criminales de fuego, una de las armas destructoras cuyo alcance no es mensurable de inicio. Armas no utilizadas en zonas de guerra sino de paz que cogen a las víctimas por sorpresa. A las víctimas y a sus bienes. De aquí que este modesto escribidor que garabatea estas letras con prisa, pida a la también extraña justicia española y a todas las extrañas justicias oficiales del planeta Tierra, tan castigado por los hombres, pirómanos o no, mayor dureza en las penas : Cadena perpetua para los incendiarios. Creo que así no andarían tanto con fuego. Podrían o pudieran quemarse.
En el deseo de Terry Jones de quemar coranes veo no sólo fundamentalismo cristiano, sino egolatría prístina del pastor protestante. Anhelo enfermizo de fama. Fanatismo y culto al ego. No hay que ser psicólogo profesional para apreciar en sus rasgos faciales lo antedicho. Denotan su carácter iracundo. Su mirada, fanatismo. Podrá alegar que, en los medios de comunicación, aparecen imágenes de quemas de banderas de paises del mundo occidental y de iconos cristianos por musulmanes exaltados sin que pase nada; sin que nadie se rasgue las vestiduras y con total impunidad. Respóndole que es cierto, pero que los autores son anónimos. Hacen sus hogueras sin deseo de notoriedad, tan sólo con cortedad de miras y de entendimiento aunque tengan voluntariedad manifiesta. Lo suyo es peor. Asaz peor en cuanto que la provocadora actitud entraña gravísimo peligro para los habitantes del mundo occidental, inocentes, tanto musulmanes como cristianos, budistas, judíos, gnósticos y agnósticos. Para todo hombre y bicho viviente. Terry Jones es, por su egoísmo valetudinario, más peligroso que la bomba H, I o Jota.
Es individuo maléfico. Íncubo disfrazado. Las probables consecuencias que su intento, de llevarse a cabo, tendría serían imaginables en cuanto a muertes y daños, terroríficas. Responder a la violencia islámica con violencia por parte del mundo occidental es error de calibre como la intervención en Iraq, Afganistán y otros lugares demuestra cotidianamente.
Obama, El Papa y los grandes poderes están obligados a disuadir al tal Jones de su incendiaria idea, de una manera u otra. Disuadirlo es necesario. Creo que, una vez que se haya convertido en persona famosa, aunque la causa de la fama sea la buscada, cejará en su intento. En este caso el pirómano en potencia es conocido y las penas correspondientes les deben ser aplicadas por la extraña justicia norteamericana.
Casos distintos son los de los que le meten fuego al bosque. Éstos, escondidos tras el anonimato, son criminales de fuego, una de las armas destructoras cuyo alcance no es mensurable de inicio. Armas no utilizadas en zonas de guerra sino de paz que cogen a las víctimas por sorpresa. A las víctimas y a sus bienes. De aquí que este modesto escribidor que garabatea estas letras con prisa, pida a la también extraña justicia española y a todas las extrañas justicias oficiales del planeta Tierra, tan castigado por los hombres, pirómanos o no, mayor dureza en las penas : Cadena perpetua para los incendiarios. Creo que así no andarían tanto con fuego. Podrían o pudieran quemarse.
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