UNA BODA EN ALICANTE.

Como me casé con diez años de retraso con respecto a la edad prevista , toca ahora asistir a las bodas de los hijos de amigos. En un mes llevo dos. Una en Sevilla y otra en Alicante. En las dos he ido por parte de los padrinos y las casadas han sido sus hijas, Marién y Cristina. Calculo que dentro de otros diez años me tocará la china a mí. Si estoy por el barrio, claro. Desconozco si será así o no. Desconozco lo que mañana pueda pasar. Desconozco casi todo. Sólo sé que ahora estoy tecleando en el ordenador y cuatro cosas más. Las cuento con los dedos de una mano. Qué poco sé mientras otros lo saben todo , los sabelotodo. ¡Qué envidia!. También, para mis amigos , ha llegado la hora de ser abuelos. Uno de ellos ya lo es y lo he visto mirar con ternura a su descendiente. Enhorabuena, José Antonio. Espero, de igual forma, serlo dentro de una década. Yo qué sé.

Sé que Carmen y yo hicimos el viaje a Alicante en coche, como más me gusta viajar, con Carlos y Ángeles y yo sin conducir. Dejándome llevar por el buen volante y la buena compañía de mi amigo Carlos. Desde Cádiz hasta Antequera, la conquistada por el Infante don Fernando quien tras el Compromiso de Caspe reinaría en Aragón como Fernado I , instaurando en la corona aragonesa la dinastía castellana de Trastamara al ser sobrino del monarca aragonés Martín I, muerto sin herederos. En la elección mucho tuvo que ver San Vicente Ferrer quien pocos años antes había predicado en la concatedral de Alicante como pude leer en inscripción lapidaria alicantina. Nos encantó el Ayuntamiento de la ciudad , a dos pasos del hotel. Tras Antequera, rumbo a Granada y el surco intrabético. A partir de Granada, camino desconocido para mí. Mil ojos y a machacar los horizontes para reconocer, en la realidad geográfica, lo , en teoría, conocido. Hoyas de Guadix y Baza. Tierras secas mordisqueadas o mordidas por elementos erosivos tormentosos. Ramblas y trogloditismo a la vista. Perfiles de las Sierras de los Filabres, de Espuña, de Segura y de la Sagra. Alicante y sus turrones. Sus turrones y sus terrones. Sus terruños y sus poblamientos de viejos cuños.Sus helados y su muy bonito barrio antiguo. Mediterráneo en calma. Amistad de la buena. A Carmen, cuando casi no había pronunciado palabra ni dicho esta boca es mía, pero asesora de imagen de la madre de la novia, un leonés de ciento treinta kilos y mujer menuda le derrama, estallando, una copa de vino tinto encima de su albo traje a la romana. Discreción y ánimo le damos al gigantón ofensor. Todo se resolvió con orujo en fina tela. Agresor perdonado y a otra cosa. La cosa es el almuerzo con vistas al mar. Muy buen rato. Risas, alegría y baile. Carmen baila de todo. Yo, poco y mal; pero felíz y rodeado de felicidad. Nos dan las tantas. Tras dormir bien, vuelta a Cádiz, ahora por Sevilla. Parada en el Puerto de la Mora con la nieves de Sierra Nevada como telón de fondo. Recordamos a unos amigos que, al final, no pudieron venir. Ya , a noventa kilómetros de Sevilla, vemos la Colegiata y la Unversidad de mi querida Osuna y los cerros de sus viñas donde pasé los veranos de mi infancia. Osuna, villa ducal donde mi madre nació y donde a mi padre conoció. De estos amores nací yo. Mientras, mi hijo estaba en Grazalema y Ronda, en cuyas sierras se gestó él. Con Carlos y Ángeles quedamos en ir unos días a Cazalla de la Sierra. Con Carlos y Ángeles. El gigantón se quedará en León con su encantadora María del Puig.