Título de aires lorquianos para una crónica taurina. Voy en coche propio, en mi Rover 400 casi negro zaíno que con Fe profunda, no de carbonero, esperó, en el garaje, mi recuperación.
A Villaluenga se va en coche o en helicóptero. Imposible es hacerlo en barco, tren o avión. Al acercarme a Arcos, lugar fronterizo cuyos arcos abrieron puertas con el Islám aliando civilizaciones antes de que el señor Zapatero hablase del tema, mucho antes, veo, desde la lejanía, el castillo de los Mora-Figueroa y sus bellas iglesias cantando al son del tañir de campanas cuales sirenas de aguas dulces guiñándole a Ulises el astuto. Me tapono los oídos y sigo mi camino como dice Guillermo Alvah.
Don Fidel me ha enviado, honor que le agradezco, a Villaluenga para que escriba la crónica de la corrida que van a torear, la tarde del día 5 de septiembre de 2010, los diestros : Javier Conde, Curro Díaz y Daniel Luque, tres toreros espigados y con buenos gustos taurinos. En lontananza vislumbro la mole de la serranía de Ronda en su vertiente gaditana. El perfil de la Sierra de Grazalema se distingue con nitidez, mientras avanzo, por suaves colinas, hacia El Bosque. El escaso tránsito y buen estado del asfalto me permiten gozar del paisaje. Con mi ventanilla abierta respiro hondo aspirando aires del campo andaluz, buenos aires llenos de fragancias, buenos aires del sur europeo mezclados con brisas del norte de África.
Emprendo, desde El Bosque, la subida a Benamahoma, situada en paraje pintoresco como suele decirse de forma tópica, lugar en el que se levanta, poco, la plaza de toros más pequeña del mundo. En ella toreé, de salón, una mañana de lejano invierno en presencia de amigos, mujer e hijos, yendo, como ahora, hacia la Villa Larga del Rosario. Hacia el pueblo amado y cantado por Pérez-Clotet desde su cuna, villa de cimas y simas de la provincia de Cádiz. Volveré , al anochecer, por la Manga y Benaocaz para cambiar de ruta.
Aparco el coche cerca de la gran piscina, olímpica en lugar donde el agua escasea, del hostal que la Diputación de Cádiz construyó a finales de la década de los ochenta del pasado siglo.
A Villaluenga llegué, por primera vez, en 1968, recorriendo andurriales serranos. A Villaluenga volví y volveré porque sus tierras y montes imantan. En ella se gestó, un tiempo, mi hijo Guillermo, el músico más arriba citado; y en ella conocimos personajes de la talla de Diego, el pastor de payoyas. El Hombre de palabras justas y bravío gesto que pasaba las noches de invierno, frías, en su majada. El hombre bueno por naturaleza en cuyo caballo montaron mis hijos, honor para ellos. El hombre que olía a monte y a cabra, a noche al raso, a alborada y a alhucema. Por los poros de su piel, curtida a la intemperie, destilaba bondad mientras jugábamos, en los atardeceres lluviosos, a las cartas, y Manolo el del hostal nos servía alguna que otra copa. Creo que Diego murió joven con aspecto de viejo. La soledad entre montes y picachos hace pensar en todo, y el pensar da solera y arrugas ; las que Diego mostraba por naturaleza vivida y pensante. Recordándolo, subo hacia el coso rectangular de la villa. Hacia la plaza de toros que brota de los mismos peñascos que la ciñen y hacen de gran tendido de sol y sombra. La plaza bicentenaria o quién sabe cuántos años tiene que carece de callejón y se casó con el monte sin cura que los bendijera. Bendijo la unión el Dios de la naturaleza, el único; y desde entonces, tal vez desde antes, han sido fieles. Las cosas, si están bien hechas, se perpetúan en el tiempo como las obras de los moros, como las corridas de toros. En la zona se asentaron bereberes islámicos tras la travesía del Estrecho encabezada por Tariq y Muza, allá por los años 720 o 730, pero una cosa nada tiene que ver con la otra. Los moros toreros no existen, que yo sepa, hasta ahora. Lo de antitaurinos toreros cae por su propio peso.
Hace el paseillo la terna, ataviada con bellos ternos, con garbo y mirando al imponente tendido que supera los 1200 metros de altura. El tendido más alto del mundo taurino. Sentado, añoro al maestro Díaz-Cañavate, el gran Cañavate que escribiá de toros como nadie. Vaya toreros de la palabra que fueron él y Villalón Daoíz.
Salta el primero, Hurtador de nombre, y de hechuras bonitas. Toro bajito que le toca a Conde, torero agitanado que torea bailando al son de Estrella Morente. De la Estrella granadina, su mujer, que no veo en los tendidos. Un guitarrista espontáneo se arrancará en el cuarto, segundo del lote de Conde. Arte taurino, danza y música flamenca. El toreo se justifica.
A Cantaclaro, el cuarto, Conde torea oyendo el claro canto del guitarrista. El espada desprende torería y buen gusto; crea. Dos orejas con sabor a vino añejo.
Al segundo de la tarde, Fábula, Curro Díaz, moreno aceitunado da una estocada de fábula que, por si sola, merece oreja. El alcalde-presidente ( Moscoso), cicatero, premia la estocada, no la faena. Una oreja. No da más.
En el quinto, de nombre Noctámbulo por sus andanzas, Díaz corta otra tras seria y pulcra faena. La pidieron los emplazados en plaza y los espectadores en la extensión, ladera arriba de la montaña. En el tendido extramuros, un aficionado echa a volar una paloma blanca que aletea hacia las ramblas de Barcelona.
Daniel Luque, joven con los pies atornillados en el albero, dibuja verónicas ante el tercero, Ruiseñor; y naturales y derechazos y pases de pecho. Dos orejas. Temple y saber estar se palpan en el diestro que corta otras dos en el sexto.
El sobrero se llama Caradura. Pone fin a la buena tarde de toros en Villaluenga del Rosario.
Regreso, como dije, bajando por la Manga hacia Benaocaz y Ubrique por montes de toros. Uno, entre la jara escondido, busca a la Luna y muge pidiendo guerra, la guerra para la que su madre lo parió, en Sevilla o en la cercana Ronda, o donde sea.
Yo, pecador, firmo este pecado. Ojalá los hombres cometiésemos sólo este tipo de pecados nacionales. El pecado nacional por antonomasia.
A Villaluenga se va en coche o en helicóptero. Imposible es hacerlo en barco, tren o avión. Al acercarme a Arcos, lugar fronterizo cuyos arcos abrieron puertas con el Islám aliando civilizaciones antes de que el señor Zapatero hablase del tema, mucho antes, veo, desde la lejanía, el castillo de los Mora-Figueroa y sus bellas iglesias cantando al son del tañir de campanas cuales sirenas de aguas dulces guiñándole a Ulises el astuto. Me tapono los oídos y sigo mi camino como dice Guillermo Alvah.
Don Fidel me ha enviado, honor que le agradezco, a Villaluenga para que escriba la crónica de la corrida que van a torear, la tarde del día 5 de septiembre de 2010, los diestros : Javier Conde, Curro Díaz y Daniel Luque, tres toreros espigados y con buenos gustos taurinos. En lontananza vislumbro la mole de la serranía de Ronda en su vertiente gaditana. El perfil de la Sierra de Grazalema se distingue con nitidez, mientras avanzo, por suaves colinas, hacia El Bosque. El escaso tránsito y buen estado del asfalto me permiten gozar del paisaje. Con mi ventanilla abierta respiro hondo aspirando aires del campo andaluz, buenos aires llenos de fragancias, buenos aires del sur europeo mezclados con brisas del norte de África.
Emprendo, desde El Bosque, la subida a Benamahoma, situada en paraje pintoresco como suele decirse de forma tópica, lugar en el que se levanta, poco, la plaza de toros más pequeña del mundo. En ella toreé, de salón, una mañana de lejano invierno en presencia de amigos, mujer e hijos, yendo, como ahora, hacia la Villa Larga del Rosario. Hacia el pueblo amado y cantado por Pérez-Clotet desde su cuna, villa de cimas y simas de la provincia de Cádiz. Volveré , al anochecer, por la Manga y Benaocaz para cambiar de ruta.
Aparco el coche cerca de la gran piscina, olímpica en lugar donde el agua escasea, del hostal que la Diputación de Cádiz construyó a finales de la década de los ochenta del pasado siglo.
A Villaluenga llegué, por primera vez, en 1968, recorriendo andurriales serranos. A Villaluenga volví y volveré porque sus tierras y montes imantan. En ella se gestó, un tiempo, mi hijo Guillermo, el músico más arriba citado; y en ella conocimos personajes de la talla de Diego, el pastor de payoyas. El Hombre de palabras justas y bravío gesto que pasaba las noches de invierno, frías, en su majada. El hombre bueno por naturaleza en cuyo caballo montaron mis hijos, honor para ellos. El hombre que olía a monte y a cabra, a noche al raso, a alborada y a alhucema. Por los poros de su piel, curtida a la intemperie, destilaba bondad mientras jugábamos, en los atardeceres lluviosos, a las cartas, y Manolo el del hostal nos servía alguna que otra copa. Creo que Diego murió joven con aspecto de viejo. La soledad entre montes y picachos hace pensar en todo, y el pensar da solera y arrugas ; las que Diego mostraba por naturaleza vivida y pensante. Recordándolo, subo hacia el coso rectangular de la villa. Hacia la plaza de toros que brota de los mismos peñascos que la ciñen y hacen de gran tendido de sol y sombra. La plaza bicentenaria o quién sabe cuántos años tiene que carece de callejón y se casó con el monte sin cura que los bendijera. Bendijo la unión el Dios de la naturaleza, el único; y desde entonces, tal vez desde antes, han sido fieles. Las cosas, si están bien hechas, se perpetúan en el tiempo como las obras de los moros, como las corridas de toros. En la zona se asentaron bereberes islámicos tras la travesía del Estrecho encabezada por Tariq y Muza, allá por los años 720 o 730, pero una cosa nada tiene que ver con la otra. Los moros toreros no existen, que yo sepa, hasta ahora. Lo de antitaurinos toreros cae por su propio peso.
Hace el paseillo la terna, ataviada con bellos ternos, con garbo y mirando al imponente tendido que supera los 1200 metros de altura. El tendido más alto del mundo taurino. Sentado, añoro al maestro Díaz-Cañavate, el gran Cañavate que escribiá de toros como nadie. Vaya toreros de la palabra que fueron él y Villalón Daoíz.
Salta el primero, Hurtador de nombre, y de hechuras bonitas. Toro bajito que le toca a Conde, torero agitanado que torea bailando al son de Estrella Morente. De la Estrella granadina, su mujer, que no veo en los tendidos. Un guitarrista espontáneo se arrancará en el cuarto, segundo del lote de Conde. Arte taurino, danza y música flamenca. El toreo se justifica.
A Cantaclaro, el cuarto, Conde torea oyendo el claro canto del guitarrista. El espada desprende torería y buen gusto; crea. Dos orejas con sabor a vino añejo.
Al segundo de la tarde, Fábula, Curro Díaz, moreno aceitunado da una estocada de fábula que, por si sola, merece oreja. El alcalde-presidente ( Moscoso), cicatero, premia la estocada, no la faena. Una oreja. No da más.
En el quinto, de nombre Noctámbulo por sus andanzas, Díaz corta otra tras seria y pulcra faena. La pidieron los emplazados en plaza y los espectadores en la extensión, ladera arriba de la montaña. En el tendido extramuros, un aficionado echa a volar una paloma blanca que aletea hacia las ramblas de Barcelona.
Daniel Luque, joven con los pies atornillados en el albero, dibuja verónicas ante el tercero, Ruiseñor; y naturales y derechazos y pases de pecho. Dos orejas. Temple y saber estar se palpan en el diestro que corta otras dos en el sexto.
El sobrero se llama Caradura. Pone fin a la buena tarde de toros en Villaluenga del Rosario.
Regreso, como dije, bajando por la Manga hacia Benaocaz y Ubrique por montes de toros. Uno, entre la jara escondido, busca a la Luna y muge pidiendo guerra, la guerra para la que su madre lo parió, en Sevilla o en la cercana Ronda, o donde sea.
Yo, pecador, firmo este pecado. Ojalá los hombres cometiésemos sólo este tipo de pecados nacionales. El pecado nacional por antonomasia.
1 comentario:
Supe el domingo pasado , día 27 de octubre de 2013 , que Diego , el pastor de payoyas citado , vive. Gracias a Dios.
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