Son las seis de la mañana. Aún no ha amanecido. Llevo un rato despierto y, al no tener sueño, decido coger cálamo y tintero. Pellizco con suavidad el pezón de la tapa e introduzco la plumilla.
A mi siniestra veo la Luna( prefiero esta palabra latina al término vascuence izquierda), casi llena y velada por cirros transparentes rielar en las aguas eternas de Cádiz. Vuelvo a girar el cuello y las nubes, ahora, sólo dejan visible un semicírculo lunar que proyecta un haz de luz circular sobre el mar, cual helicóptero que busca en las aguas. Las nubes juegan al escondite con la Luna, al veo, veo. Ahora, liberada y sin tapujos, sin pudor, riela formando un camino que conduce al horizonte. A la línea que une cielo y mar. Al más allá que antes o después iré e iremos. Cuando llegue mi hora, a Dios le pido una muerte buena y ser consciente del tránsito hacia la eternidad. Que me pueda despedir, así, de mis seres queridos y mis amigos. Puede que sea pedir demasiado. No sé cómo y cuándo llegará el instante definitivo, el mal trago. Un amigo de mi abuelo Pepe, Diego Giménez, al visitarlo en su lecho de muerte, le dijo : Pepillo, ánimo y a torear al toro. Mi abuelo sonrió. Es imprevisible llegue el momento de una forma u otra y cuándo será. No obstante, algo sé sobre ese futuro inexorable que pretende ser desconocido. No oso decirle, como con orgullo mandaron escribir los Golfines en sus sepulcros cacereños : AQUÍ ESPERAMOS LOS GOLFINES EL DÍA DEL JUCIO FINAL ; desafío jactancioso y soberbio de mis antepasados al mundo y al mismo Dios.
Sí me atrevo, acepto y acato el epitafio que mi mujer, activa y trabajadora como ella sola, piensa grabar en la losa que cubra mi sepultura o en mi urna cineraria : ... Y AQUÍ SIGUE DESCANSANDO.
Vuelvo a mirar el mar. Alborea. Las palmeras están serenas. No sopla viento en Cádiz. En la arena seca de la playa, como pintura impresionista, distingo figuras que han pernoctado junto al mar. Algún día descansaré, también yo, junto a él. Seguiré descansando... Las figuras, difuminadas, afinan sus perfiles. Recogen sus pertrechos y comienzan a caminar hacia el Oeste, desde donde viene un tractor destellando. Un dragón mecánico que avanza rápido en dirección contraria. Echando fuegos multicolores por sus fauces y por la cabeza. Una de las figuras, son dos hombres vestidos, se acerca a la orilla. El otro, de pie, mira hacia cuatro mujeres que hunden sus tacones en el arenal. Vienen de una fiesta, sobrias. Comienza un nuevo día. Son las siete de la mañana y , en casa, se duerme. Yo, no. Estoy ávido por vivir las horas y los días. Los años perdidos en el infierno.
A mi siniestra veo la Luna( prefiero esta palabra latina al término vascuence izquierda), casi llena y velada por cirros transparentes rielar en las aguas eternas de Cádiz. Vuelvo a girar el cuello y las nubes, ahora, sólo dejan visible un semicírculo lunar que proyecta un haz de luz circular sobre el mar, cual helicóptero que busca en las aguas. Las nubes juegan al escondite con la Luna, al veo, veo. Ahora, liberada y sin tapujos, sin pudor, riela formando un camino que conduce al horizonte. A la línea que une cielo y mar. Al más allá que antes o después iré e iremos. Cuando llegue mi hora, a Dios le pido una muerte buena y ser consciente del tránsito hacia la eternidad. Que me pueda despedir, así, de mis seres queridos y mis amigos. Puede que sea pedir demasiado. No sé cómo y cuándo llegará el instante definitivo, el mal trago. Un amigo de mi abuelo Pepe, Diego Giménez, al visitarlo en su lecho de muerte, le dijo : Pepillo, ánimo y a torear al toro. Mi abuelo sonrió. Es imprevisible llegue el momento de una forma u otra y cuándo será. No obstante, algo sé sobre ese futuro inexorable que pretende ser desconocido. No oso decirle, como con orgullo mandaron escribir los Golfines en sus sepulcros cacereños : AQUÍ ESPERAMOS LOS GOLFINES EL DÍA DEL JUCIO FINAL ; desafío jactancioso y soberbio de mis antepasados al mundo y al mismo Dios.
Sí me atrevo, acepto y acato el epitafio que mi mujer, activa y trabajadora como ella sola, piensa grabar en la losa que cubra mi sepultura o en mi urna cineraria : ... Y AQUÍ SIGUE DESCANSANDO.
Vuelvo a mirar el mar. Alborea. Las palmeras están serenas. No sopla viento en Cádiz. En la arena seca de la playa, como pintura impresionista, distingo figuras que han pernoctado junto al mar. Algún día descansaré, también yo, junto a él. Seguiré descansando... Las figuras, difuminadas, afinan sus perfiles. Recogen sus pertrechos y comienzan a caminar hacia el Oeste, desde donde viene un tractor destellando. Un dragón mecánico que avanza rápido en dirección contraria. Echando fuegos multicolores por sus fauces y por la cabeza. Una de las figuras, son dos hombres vestidos, se acerca a la orilla. El otro, de pie, mira hacia cuatro mujeres que hunden sus tacones en el arenal. Vienen de una fiesta, sobrias. Comienza un nuevo día. Son las siete de la mañana y , en casa, se duerme. Yo, no. Estoy ávido por vivir las horas y los días. Los años perdidos en el infierno.
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