Este relato carece de ficción. Es real como las veredas reales. Como las cañadas de la Mesta castellana.
Sólo conocí, pero muy bien, a la parte femenina. De la masculina sólo sé lo que más abajo diré.
La enamorada fue mi tía Pepa, Pepa Álvarez de Toledo Rojas, sordomuda. Dulce y cariñosa como pocos mudos y menos parlanchines. Comentaba su madre, mi abuela Amparo Rojas, que el defecto fue producto de una caída, siendo muy niña de Cazalla de la Sierra, mientras jugaba, en el patio de su casa, con uma muchacha de servicio. Antes, según su madre, hablaba. No sé si sería así o no. Cierto es que el primer fruto del matrimonio de mis abuelos, el segundo lo fue mi padre, nunca dijo pío. Se expresaba mediante la mímica y lenguaje propio. Con unos ojos negros llenos de viveza con los que decía todo. Así se comunicaba con su familia y con quien quisiese hablar con ella, menos con su hermano Guillermo, mi padre. Ambos se quisieron mucho y yo a ellos, pero Guillermo hizo, por entenderla, poco. La señal que hacía para " hablar" de mi padre era llevar su dedo índice de la mano derecha a la frente, de izquierda a derecha, dos veces. Mucho hablaría de él con sus padres y hermanas porque el gesto se repetía con asiduidad. Era continuo.
Amistados predilectas de tía Pepa fueron Pili Roquette, dulce y sonriente como ella, quienes me paseaban por las calles céntricas de Sevilla, por los jardines de Murillo y por el parque de María Luísa. Las dos, con sensibilidades y educaciones tan exquisitas como un amigo común de apellido poco común. Un Guajardo-Fajardo sevillano de cuyo nombre de pila no puedo acordarme.
Tía Pepa, entrada en la treintena, quiso casarse con un amigo sordomudo. Mi abuelo Joaquín se opuso con tenacidad. Argumentó que no era lo más indicado el casamiento de dos personas sordas y mudas. En el fondo creo que había un motivo de índole social en su oposición : El novio no era de gente bien, aunque fuese buena persona. Buena gente como ahora se dice, pero no de sus orígenes y educación. Planteamiento hoy superado ( a las muestras me remito ) pero aún vigente a fines de los años cincuenta de la pasada centuria. Téngase a la vista que algunos miembros de la Iglesia Católica, incluso en la última década del luminoso siglo XVIII, consideraban pecado mortal el casamiento de noble con plebeya y al contrario. No obstante siempre se había dado más importancia a la ascendencia masculina por aquello de : Al caballo has de mirar, que de la yegua no has de curar.
Tía Pepa, con sensibilidad a flor de piel, encajó el golpe que le pasaría factura. Meses después, desapareció. No fue a su casa a almorzar y la alarma saltó en la familia. Radio Sevilla y la emisora hispalense de radio nacional de España, dieron la noticia local : Ha desaparecido de su domicilio la señorita María Josefa Álvarez de Toledo Rojas. Tras describirla físicamente notificando su mudez, pedían a quien la encontrase que hiciera saber su paradero. Mi padre ayudó a su búsqueda por toda Sevilla. Colaboró con la policia y guardia civil. La encontraron, guiados por su hermano, sentada en un banco de la glorieta de Bécquer, en el parque de María de Luísa, lugar al que solía llevarme con su amiga Pili. La glorieta de los enamorados. No tenía noción de donde estaba ni cómo habá llegado hasta allí. Con alguna resistencia aceptó volver a su casa. Mi abuelo, sin querer y por quererla demasiado,erró. Muchos años después su hermana Amparo, un encanto como ella pero depresiva, se suicidó poco antes de mi venida a Cádiz. La dejó pasmada. A mi abuela se le habló de muerte natural. Las dos pasaron el resto de sus vidas viviendo, por temporadas, en las casas de mis tías y de su hermano, la mía, donde recibieron el cariño merecido, incluído el que recibieron de mi madre, quien, hacia su familia política, tuvo comportamientos de hija , hermana y prima de sangre. No político.
Tía Pepa murió de tumor cerebral maligno en la clínica El Sagrado Corazón de Sevilla al año o dos de estar yo, ya, en Cádiz. Era verano. Puedo dar la fecha exacta pero el dato nada dice. Al alcance de todos está en el portal de la familia Álvarez de Toledo Golfín, en la red. Al ser verano, la muerte me cogió cabalgando sobre ruedas en hipódromo conocido. La autopista SevillaCádiz. Solía
visitarla el capellán de la clínica, cuyo nombre omito, al que tía Pepa poca gracia le hacía verlo con frecuencia. Aunque católica, apostólica y sevillana, no la entendía ni lo entendía. Sus constantes visitas señalaban la cercanía de su despedida del ruído mundanal. Yo imitaba al cura y la hacía reir y llevarse las manos a la cara tapándose los ojos. Muerta de risa. Así murió.
Sólo conocí, pero muy bien, a la parte femenina. De la masculina sólo sé lo que más abajo diré.
La enamorada fue mi tía Pepa, Pepa Álvarez de Toledo Rojas, sordomuda. Dulce y cariñosa como pocos mudos y menos parlanchines. Comentaba su madre, mi abuela Amparo Rojas, que el defecto fue producto de una caída, siendo muy niña de Cazalla de la Sierra, mientras jugaba, en el patio de su casa, con uma muchacha de servicio. Antes, según su madre, hablaba. No sé si sería así o no. Cierto es que el primer fruto del matrimonio de mis abuelos, el segundo lo fue mi padre, nunca dijo pío. Se expresaba mediante la mímica y lenguaje propio. Con unos ojos negros llenos de viveza con los que decía todo. Así se comunicaba con su familia y con quien quisiese hablar con ella, menos con su hermano Guillermo, mi padre. Ambos se quisieron mucho y yo a ellos, pero Guillermo hizo, por entenderla, poco. La señal que hacía para " hablar" de mi padre era llevar su dedo índice de la mano derecha a la frente, de izquierda a derecha, dos veces. Mucho hablaría de él con sus padres y hermanas porque el gesto se repetía con asiduidad. Era continuo.
Amistados predilectas de tía Pepa fueron Pili Roquette, dulce y sonriente como ella, quienes me paseaban por las calles céntricas de Sevilla, por los jardines de Murillo y por el parque de María Luísa. Las dos, con sensibilidades y educaciones tan exquisitas como un amigo común de apellido poco común. Un Guajardo-Fajardo sevillano de cuyo nombre de pila no puedo acordarme.
Tía Pepa, entrada en la treintena, quiso casarse con un amigo sordomudo. Mi abuelo Joaquín se opuso con tenacidad. Argumentó que no era lo más indicado el casamiento de dos personas sordas y mudas. En el fondo creo que había un motivo de índole social en su oposición : El novio no era de gente bien, aunque fuese buena persona. Buena gente como ahora se dice, pero no de sus orígenes y educación. Planteamiento hoy superado ( a las muestras me remito ) pero aún vigente a fines de los años cincuenta de la pasada centuria. Téngase a la vista que algunos miembros de la Iglesia Católica, incluso en la última década del luminoso siglo XVIII, consideraban pecado mortal el casamiento de noble con plebeya y al contrario. No obstante siempre se había dado más importancia a la ascendencia masculina por aquello de : Al caballo has de mirar, que de la yegua no has de curar.
Tía Pepa, con sensibilidad a flor de piel, encajó el golpe que le pasaría factura. Meses después, desapareció. No fue a su casa a almorzar y la alarma saltó en la familia. Radio Sevilla y la emisora hispalense de radio nacional de España, dieron la noticia local : Ha desaparecido de su domicilio la señorita María Josefa Álvarez de Toledo Rojas. Tras describirla físicamente notificando su mudez, pedían a quien la encontrase que hiciera saber su paradero. Mi padre ayudó a su búsqueda por toda Sevilla. Colaboró con la policia y guardia civil. La encontraron, guiados por su hermano, sentada en un banco de la glorieta de Bécquer, en el parque de María de Luísa, lugar al que solía llevarme con su amiga Pili. La glorieta de los enamorados. No tenía noción de donde estaba ni cómo habá llegado hasta allí. Con alguna resistencia aceptó volver a su casa. Mi abuelo, sin querer y por quererla demasiado,erró. Muchos años después su hermana Amparo, un encanto como ella pero depresiva, se suicidó poco antes de mi venida a Cádiz. La dejó pasmada. A mi abuela se le habló de muerte natural. Las dos pasaron el resto de sus vidas viviendo, por temporadas, en las casas de mis tías y de su hermano, la mía, donde recibieron el cariño merecido, incluído el que recibieron de mi madre, quien, hacia su familia política, tuvo comportamientos de hija , hermana y prima de sangre. No político.
Tía Pepa murió de tumor cerebral maligno en la clínica El Sagrado Corazón de Sevilla al año o dos de estar yo, ya, en Cádiz. Era verano. Puedo dar la fecha exacta pero el dato nada dice. Al alcance de todos está en el portal de la familia Álvarez de Toledo Golfín, en la red. Al ser verano, la muerte me cogió cabalgando sobre ruedas en hipódromo conocido. La autopista SevillaCádiz. Solía
visitarla el capellán de la clínica, cuyo nombre omito, al que tía Pepa poca gracia le hacía verlo con frecuencia. Aunque católica, apostólica y sevillana, no la entendía ni lo entendía. Sus constantes visitas señalaban la cercanía de su despedida del ruído mundanal. Yo imitaba al cura y la hacía reir y llevarse las manos a la cara tapándose los ojos. Muerta de risa. Así murió.
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