UNA MEJORÍA EFÍMERA COMO EL HUMO DE LAS LOCOMOTORAS ANTIGUAS

Jacqueline había salido a tomarse una pinta. El silencio era absoluto en la habitación número trece de la primera planta de la clínica. José Joaquín dormía la siesta en el hotel Lancaster y yo cabeceaba la mía en la cama del acompañante, cuando un leve carraspeo parecido al raspajeo de los roedores en la vegetación campestre me hizo abrir los ojos y encontrarme con los abiertos de Arturo y un rictus de sonrisa que era claro indicio de recuperación de la consciencia. Me acerqué con delicadeza suma al yacente , con tal delicadeza y sutileza que , al verme , tan cerca , dejó caer dos lagrimones que , en un vistos y no vistos, fueron absorbidos por las albas sábanas que cubrían sus ralos 160 centímetros sin darme tiempo para enjugárselos de sus mejillas. Le apreté levemente la mano no dañada y otros dos lagrimones tomaron el mismo camino con dirección al embozo. Los cuatro lagrimones , como goterones de tifón oriental , mojaron la parte alta de las sábanas y , en prevención de nuevos lloros , le coloqué bajo el mentón una toalla como empapante. Desconocía que la afición al escocés fuera la causante de lágrimas tan llenas y gordas. Me lo dijo el propio Arturo antes de pedirme un chupito y negárselo , lo que acogió de buen grado. Hablando con absoluta naturalidad estábamos y , adelantándole yo que iba a llamar a Jacqueline y a mi primo para darles tan bonísima novedad en el discurrir de sus males , cuando , tras tocar con los nudillos la puerta, aparecieron , ahora con minifaldas y sin medias blancas ni negras , dos enfermeras , escotadas al máximo y ceñidas sus armoniosas cinturas hasta el extremo que el propio Arturo se deslumbró y volvió a perder el sentido. A punto también estuve yo cuando Émily , mi preferida entre la casi perfección física de sus compañeras, se me sentó encima y , rodeándome el cuello tras quitarme las gafas, me largó un beso bien dado con sus carnosos labios dejándome pasmado y alelado. Sobreponiéndome a la grata sorpresa me hallaba , mientras acariciaba los lóbulos de seda de sus orejas perfectas, en justa correspondencia a sus muestras de cariño ,cuando oi a Jane comentar algo sobre la mejoría de Arturo aunque no hubiese recobrado la conciencia ni el habla. Aunque le hubiesen quitado , esto lo sabía yo y nadie más que yo , el " sentío ". Cuando terminaron su visita e hicieron sus cometidos paramédicos , se fueron contoneándose. Si Arturo hubiese vuelto a recobrar el sentido , lo hubiese vuelto a perder. Qué boca , qué labios , qué ojos y nariz respingona , qué piernas, que siluetas , qué andares tan derechos. QUË ... Sentí que la mejoría de Arturo hubiese sido efímera , pero supe que la recuperación de nuestro bajito piloto estaba próxima. En cuanto las sorpresas no fuesen tan fuertes.