Érase una vez un día tibio de septiembre . Emilio , desde la orilla del mar , vio lo que vio : vio a un hombre que nadando contracorriente se engolfaba mar adentro.
Las aguas del mar de Cádiz , encrespadas , impedían al nadador , pensaba Emilio , volver a una orilla que se alejaba por momentos . A pesar de esto, el hombre continuaba nadando distanciándose cada vez más de la línea de costa . Parecía que la lejanía le importaba un comino.
Emilio , sentado en su sillón dunero que a veces, en noche de Luna llena , ejercía el oficio de lunero , lo veía y pensaba que bien se podría tratar de algún atleta nadador y , en este caso , prefería ser cauto y precavido antes que avisar a alguien o dar la voz de alarma en falso .
La realidad era que la resaca , entre otras razones de peso , lo obligaba a bracear de esta forma. Entre las razones aludidas como pesadas , cada una pesaba al menos cuatro o cinco kilos , estaba aquella consistente en que hombre trataba de huir de la ciudad en la que había nacido y llegar , nadando , a las costas de África . No intentaba lograr algún récord sino escapar de la presión a la que se veía sometido por el simple hecho de ir siempre en contra de la corriente y ser un bebedor empedernido . Era esta la de mayor peso .
Pensaba el nadador que en África , en las costas marroquíes que se debían encontrar varias millas más allá , alcanzaría su plenitud y no tendría que nadar en contra de corriente alguna . Aquellas orillas de Marruecos no se hallarían muy lejos de Tánger según sus cálculos . No estaba muy equivocado Andrés , así se llamaba el nadador observado por Emilio , de lo que había calculado desde tierra y estando en su casa .
A veces , como las olas del mar estaban fuertes , Andrés tragaba algo de agua salada que de inmediato expulsaba por su boca . El sabor salobre que entonces notaba no era óbice que le impidiera mover brazos y piernas en su denodado esfuerzo por llegar a la orilla en la que creía que se ataban los perros con longaniza .
El lugar elegido no era el más adecuado para que se diese esa circunstancia pero otras costas más próximas que no fuesen soberanía española , de las que huía nadando , no era consciente de que existiesen ; salvo las portuguesas . Para alcanzarlas se vería obligado a atravesar las desembocaduras de dos ríos , uno de ellos fronterizo y el otro más grande y caudaloso ; y no estaba su horno para estos bollos.
De pronto el rastro que Emilio seguía desapareció antes de que Andrés alcanzase la última boya . Fue entonces cuando el observador se acercó al puesto de vigilancia que más próximo estaba y dio el aviso de lo que él consideraba como desaparición de un nadador .
Tres lanchas se dirigieron con celeridad a la zona del mar en la que el nadador pudiera haber desaparecido , viendo un tripulante de una de las lanchas motoras que un hombre de mediana edad , a quien supusieron el nadador que había desaparecido en el agua y de quien desconocían tanto su nombre como sus apellidos , se mostraba , ileso y sonriente , entre las fauces de afilados dientes de un tiburón tigre que lo devolvió , sin herirlo e inmaculado , al agua salada y fresca en la que lo había , sin querer , atrapado al abrir su enorme boca en su intento por engullir pececillos .
No sigas hacia el lugar al que te diriges , dijeron al unísono el tiburón tigre y parlante y el hombre de la lancha que lo había visto . Cambie su dirección y regrese de inmediato a Cádiz porque no merece la pena nadar hacia las costas marroquíes. Lo que está usted haciendo es nadar hacia territorios más pobretones que su Andalucía .
Como en España no se vive en ningún otro lugar del planeta Tierra , finalizó diciendo antes de especificar el hombre que lo había salvado que sus palabras no eran producto de chauvinismo alguno .
El gran pez , una vez que soltó su presa como la ballena soltó a Jonás y después de haber dado el consejo oportuno a Andrés , se zambulló en las profundidades marinas sin volver a decir nada y formando un remolino en las frías aguas .
Andrés , obedeciendo al hombre y al tiburón , cambió el rumbo de las brazadas y siguió nadando hacia la ciudad que lo vio nacer llegando extenuado a las arenas de la playa de la Victoria .
No hacía tres horas que había intentado , sin éxito , alcanzar las costas de Marruecos adentrándose en el mar desde Cádiz y un hombre bueno y un tiburón también bueno lo habían salvado , exhausto pero plenamente consciente y sonriente , de morir ahogado .
De Emilio nada más se supo ...Del tiburón tigre que habló , tampoco ... . De Andrés sí . Al llegar a Cádiz dijo que se encontraba peneque cuando empezó a nadar intentando hacerlo contra corriente y llegar a África pero la resaca era fortísima . Del hombre que lo vio zafarse de los dientes puntiagudos del tiburón tigre se conoce solo su nombre , Pepe , pero ni su primer ni segundo apellido .
Como todo cuento debe tener su moraleja ; la de este es que nunca se debe sobrepasar uno en la bebida . Andrés , sin duda buen nadador , solía hacerlo .
1 comentario:
Paso corriendo. Buena entrada.
Abrazos.
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