Se trata , también , de la que se otorga al MÉRITO INMERECIDO que a su vez es llamado con el sonoro nombre de MÉRITO DESCONOCIDO. Ya merecí que me la impusieran en otras ocasiones por razones semejantes a las de hoy, por las que el escribidor escribe.
Ninguna imposición ha sido lo accidentada y solemne que ha resultado la actual , que ahora cuento.
Se hallaba la Casa Consistorial abarrotada cual campo en el que se juega un partido de fútbol en el que algo de importancia se dirime , como plaza de toros de categoría principal que ofrece un cartel de primeras figuras y reses de ganadería conocida , como tomatal en plena recogida de los mismos o como salón de actos en el que el conferenciante se dispone a ofrecer su disertación erudita .
Hacía calor con tanta gente como había y los homenajeados, vestidos a tono con las circunstancias, estábamos en primera fila desde la que oiríamos nuestros nombres a medida que nos fuesen llamando para imponernos las respectivas condecoraciones .
La única medalla que se otorgaba al MÉRITO INMERECIDO era la mía . Las demás se daban por otros méritos , en buena parte merecidos , de distintas maneras llamados .
Mi apellido hizo que fuese de los primeros en ser nombrado , se guardaba el más estricto orden alfabético , y , ni corto ni perezoso , enchaquetado y encorbatado , me acerqué , al oír mi nombre y apellidos , a la mesa presidencial en la que una señorita me esperaba medalla en mano. Hasta aquí todo había ido muy bien tanto para la ceremonia de entrega e imposición como para mí , que muy importante me sentía.
Ay , ay , grité de dolor al sentir el pinchazo sobre mi piel y mi carne . La bella señorita me había clavado , no sé con qué intención , el alfiler de la medalla en pleno hombro izquierdo .
No se queje , hombre , me dijo , que no es para tanto . De pronto un chorro de sangre roja , como buen tomate acabado de recoger de la mata , brotó de mi lacerado cuerpo estando a punto de alcanzar , y manchar , el albo vestido de la señorita encargada de imponerme la medalla que me había propinado , porque me lo propinó , el pinchazo sangrante.
Tanta sangre salió que un médico de los muchos que en el salón había me atendió antes de que me desmayase. Cuando se hallaba intentando cortar la sangre que manaba como lo hace el agua de manantial serrano en año lluvioso , auxiliado por su mujer , que también era médico , una viga cayó del techo y milagroso fue que no hiriese a algún asistente a la ceremonia.
Solo yo recibí el impacto en la pierna derecha volviendo a manar tanta sangre como lo hubo hecho del hombro izquierdo del escribidor.
Ante la gravedad de los acontecimientos, la presidencia del acto tomó la acertada decisión de llamar a una ambulancia negándome yo a ser asistido por aquellos médicos de urgencias , de vestimentas tan chillonas , por no considerar mis heridas , una vez desaparecido el dolor y cesadas las hemorragias , de mayor gravedad . El médico que me atendió , al que su mujer hizo de ayudante , tampoco consideró que se me debía trasladar a lugar alguno.
Al fin y al cabo , por mucha sangre que fuese la derramada , se trataba de un pinchazo y de una herida contusa que no necesitó , también cuando la hemorragia fue cortada por el médico que en origen me había atendido , llamado Pepe Ramírez según me dijo , de mayores cuidados. A ambos médicos agradecí los servicios y auxilios prestados
Mucho ojo , le dije a la señorita encargada de condecorarme , de nombre Guillermina como más tarde supe , con la medalla consabida , no me vayas a volver a pinchar , como antes . Tengo la sangre muy alborotada y el pinchazo muy reciente.
Con mi traje negro manchado de rojo al igual que mi blanca camisa y mi herida contusa en la pierna sin supuración alguna pero con el apósito que le ofrecieron los de la ambulancia al médico que me atendió , me senté en la butaca , tras agradecer la imposición , de la que me había levantado para acercarme a la tarima sobre las que descansaba la mesa presidencial.
Ufano y cojeando marché a casa con mi condecoración al MÉRITO INMERECIDO , no sin antes invitar a almorzar en un conocido restaurante de la ciudad al médico , a su mujer y a la mía .
La imposición de la medalla , no tan inmerecida y sí accidentada , la enviaré , como colaboración , al PERIÓDICUS. Es por esto por lo que la tecleo sobre la etiqueta en la que aparece. Creo que la editará don Máximo porque algún mérito verá en ella.
Su texto no es merecedor de otra medalla al MÉRITO INMERECIDO , pero se acerca. Es probable , más que posible , que otra se me imponga . En caso de ser así , de que volviese a ser propuesto a que se impusiera alguna medalla ,espero que no sea Guillermina la encargada de colocármela en la solapa derecha. En la parte izquierda del traje , desde luego que no . No por ser homónima del escribidor se deben tomar tales licencias o cometer dichos errores.
Todavía , de tarde en tarde , me duele el pinchazo y me acuerdo de la tocaya y de lo bien que lo pasé. Una cosa no quita la otra y un pinchazo puede valer más que mil palabras . Las que pronuncié como agradecimiento a la imposición superando la emoción que me embargaba y sobreponiéndome al dolor que continuaba sintiendo. La emoción era muy superior al dolor. Una vez que el viguetazo , tratado , se enfrió , dijo aquí estoy yo y comenzó a darme la lata . Todo se da por bien empleado cuando a uno le imponen la medalla al MÉRITO INMERECIDO .
Se puede justificar , incluso el medalleo , antes que volver a teclear sobre política y sobre políticos . No son merecedores del tecleo ni de lejos. Jamás lo fueron y menos ahora .
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